La leyenda de los pendragon by Antal Szerb

La leyenda de los pendragon by Antal Szerb

autor:Antal Szerb [Szerb, Antal]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: - Divers
publicado: 2011-01-19T23:00:00+00:00


Estuve en mi habitación, muy alterado, fumando un cigarrillo tras otro. Era una de esas noches en que uno es incapaz de traer a la memoria la paz que proporciona al rostro humano el hecho de fumar en pipa.

«Mañana iré a Londres para cumplir con el encargo del conde. ¡Cuántas cosas han ocurrido hoy! La tumba del Rosacruz, la puerta y el boquete, el desenmascaramiento y posterior huida de Maloney, además de los secretos recogidos en todos esos libros valiosos. ¿Quién sería capaz de dormir tras un día así, después de haber estado entre paredes a punto de derrumbarse?»

Hay algunos momentos en que todo adquiere un profundo significado. A través de la ventana abierta, penetraba en mi habitación el aroma de distintos perfumes: el perfume dulce y embriagador de las flores del jardín, de los árboles, un olor a paja y a establo, además de otro olor amargo que no podía identificar. Me sentía triste como un adolescente, como si contemplara el gráfico descendente de mis historias amorosas; por otra parte también confiaba en el futuro, claro, pero con cierta cautela; anhelaba la piel del oso que iba a cazar, y tenía la sensación de poder oír cualquier ruido, aunque procediera de un lugar situado a diez kilómetros de distancia.

Sabía que en la cocina se desarrollaba una actividad frenética, que alguien -probablemente el jardinero-se paseaba por el jardín, que en la habitación de Cynthia había luz, así que me entraron ganas de ir a verla. Seguramente estaría escribiendo a máquina, pergeñando una carta. Cada dos días, ella escribía una misiva de unas veinte páginas a su misteriosa amiga.

Era verano, pero yo sabía que el otoño y el invierno no tardarían en llegar, que las Navidades serían blancas, y que entonces daría un gusto especial la ceremonia de tomar el té. Me hubiese encantado navegar por lagos verdes en cuyo fondo estarían escondidas unas hermosas islas de coral… Hubiese querido hacer muchas cosas, y mis deseos me hacían partícipe de todo lo que existía.

Así suelen ser los días en que alguien muere.

Así me había sentido antaño la noche en que el pobre Joe había ingerido veneno tras no haber encontrado a nadie que le comprara su máquina de escribir. Así me había sentido también la mañana en que leí en el periódico que Jennifer Andrews se había ahogado en el mar, junto con un grupo de excursionistas. No sabemos dónde termina nuestra alma. (Creo que esto lo escribió Imre Madách.)

Decidí dar un paseo por el parque. No podía pensar en dormir. Sin embargo, me atormentaban varios temores indefinidos.

Unas imágenes terribles desfilaban ante mis ojos. No quería pensar en ellas, pero tampoco podía impedirlo. Mi imaginación estaba invadida por las figuras de los extraños animales del conde. Veía flotar los cuerpos transparentes de esos enormes ajolotes entre plantas acuáticas de largos tallos. Algunos de ellos habían muerto más de diez veces… Si alguno de esos bichos se liberara… y entrara en mi habitación…

Encendí la luz de la lámpara del techo y me puse a andar de arriba abajo.



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